Leçons de Ténèbres. Marc-Antoine Charpentier.
Para los que encuentran en parte de las composiciones de Monteverdi todo un símbolo de la desolación como respuesta a la constante búsqueda del porqué a la soledad del hombre, no deben dejar pasar la obra de Marc-Antoine Charpentier, el más notable de los compositores franceses encuadrados dentro período barroco y sus Leçons de Ténèbres. Éstas, traducidas al español como Lecturas de Tinieblas y compuestas por más de 30 series de las que no conservamos una sola completa, fueron compuestas entre 1670 y 1692 basadas en los Lamentos de Jeremías, que relatan la llegada del profeta a Jerusalén donde contempla los desastres producidos en la tierra prometida.
Fueron los conventos, a los que Charpentier dedicó gran parte de sus composiciones, los que impulsaron el llamado Oficio de Tinieblas, que no eran más que cantos celebrados durante Semana Santa y que eran recitados en los momentos de mayor importancia dentro de las liturgias. Si fueron los conventos los que los impulsaron, fue el compositor de origen francés su más célebre representante dentro del panorama barroco francés, que desembocará en un estilo presente en gran parte de la obra de un músico rodeado por un aura de misterio y misticismo, al tiempo que supo recrearse en una vida enigmática llena de vacíos informativos al carecer de fuentes que conserven parte de la trayectoria de este compositor.
De entre todas, fueron las compuestas a finales de 1692, las dedicadas al miércoles, jueves y viernes Santo, las que cobran una mayor relevancia, al presentar la evolución técnica presente en el último Charpentier. Y es que si bien supo mantener a lo largo de toda su carrera un cierto respeto y fidelidad hacia el tono gregoriano, son éstas últimas las que dejan a entrever la inclinación hacia los motetes, composiciones asimismo muy habituales dentro del marco en el que se desarrolla nuestro autor. Con estas nuevas técnicas, Charpentier introduce a la perfección lo austero de las lamentaciones que le dieron origen, sobre todo a través de una poderosa teatralidad que sumerge al oyente en un mundo austero y desconsolado, al cual aporta ciertos rayos de luz con la intermediación de los bálsamos de las melismas, con las cuales deja vislumbrar cierta esperanza en un futuro que se presenta lenitivo.
Poco a poco y a través de cada nota capaz de conmover cada uno de los sentidos de aquellos que se prestan al deleite que produce su música, Charpentier disimula datos de una vida de la que tan solo poseemos la información contenida en su obra escrita en Latín, Epitaphium Carpetarii, todo un complejo texto acerca de la contemplación de su propia vida ya convertido en sombra al volver al mundo tras su muerte. Son éstos unos datos que se sienten a lo largo de los casi 70 minutos de delicias que se nos prometen a través de esta oscura obra del mismo que finalizaba su epitafio con una insigne despedida que descarta cualquier duda acerca de la profundad del compositor que lejos de ser reconocido fue criticado hasta la saciedad, acabando así con una vida a favor de la lucha por el reconocimiento de sus composiciones musicales:
“Soy aquél que, nacido hace poco, fui conocido en el mundo; aquí estoy, muerto y desnudo en el sepulcro, donde no soy nadie: polvo, ceniza y pasto de gusanos. He vivido bastante, pero demasiado poco en comparación con la eternidad [...]. Fui músico; los buenos me tuvieron por bueno; y los ignorantes, por ignorante. Y como el número de quienes me despreciaron fue mucho mayor que el de quienes me elogiaron, la música fue para mí de escaso honor y una gran carga; y así como al nacer no aporté nada al mundo, al morir no me he llevado nada de él”.
Marc Antoine Charpentier. Epitaphium Carpetarii.
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