jueves, 21 de febrero de 2008

Si Glitter es igual “a todo lo que brilla”, y lo que brilla no es una estrella… ¿Cuál es la fuente que lo genera?

Cuando un ser se siente perdido suele ir a la busca y captura de nuevos estímulos que le hagan superar dicha desidia, aunque solo sea de forma momentánea. Es por ello que el tema de la superación personal es tan socorrido en cualquier ámbito cultural que se precie, desde la literatura más compleja, hasta las pinturas más impactantes, incluyendo a medio camino una cierta corriente de cine existencialista que tras el filme que hoy nos ocupa parece haber vuelto a resurgir.

Abandonando por unas líneas este comienzo, conviene primeramente definir a grandes rasgos uno de los títulos más conocidos (ya sea por las consecuencias que su realización trajo consigo) del director Vondie Curtis-Hall, del que podría dar su clave con tan solo señalar el nombre de su principal protagonista, Mariah Carey, que se empeña en transformarse en una chica que, sin nada, logra superar cualquier adversidad que se le presente, desde el abandono prematuro de su madre, una voz sin parangón cuyo fracaso le viene dado por la difícil situación con las drogas, hasta las conspiraciones que con su perfil de estrella se planean en las altas cúpulas de las productoras musicales estadounidenses. Y es que, teniendo entre sus fichajes a una artista con cualidades innatas para alcanzar el éxito, no dudan en aprovecharla para así llenar sus arcas (ese es el precio de haber nacido estrella, Mariah).

Sin embargo, la propia Carey, haciendo uso de una desbordante creatividad, crea así la historia de Billy Frank, una mujer con fuerza, creatividad y generosidad, una cualidad esta última que la enseña a descubrir como un jarro de agua fría la crudeza con la que se impregna el mundo de la fama. Dotes estas, acompañadas de una pureza y musicalidad en la voz, tan “dulce” y “aniñada”, como el trasfondo de un personaje que bien podría haber sido escrito e interpretado por la mismísima Ana Obregón, creadora de míticas series entre las que destaco A las once en casa o Ana y los siete, mucho más asociada al filme que hoy nos ocupa.

Y es que el argumento de Glitter, fue escrito y propuesto por la “gran estrella de pop”, quien sin pensarlo dos veces (la reflexión parece no haber tenido cabida en el origen y desarrollo de esta pieza audiovisual) y armándose de un extremo valor, se lanza a la piscina al confiar en un filme que parecía tener todos los ingredientes para un éxito de público. Y eso de todos los ingredientes va en serio, no se deja ninguno en el tintero.

Superación, fantasía, sueños, ilusiones-desilusiones, glamour, mucha belleza (extremada me atrevería a decir), amor y desamor o la confianza, son a grandes rasgos los principales puntos en los que se sustenta una historia que en menos de dos horas da cabida a todo este tumulto de sentimientos que a primera vista pueden llevar a la confusión de quien lee estas palabras. Sin embargo, la imaginación de todo este equipo no queda en la mera exposición de tal mestizaje sentimental, sino que se supera con un final “sobrecogedor” de tan solo 3 minutos, que deja al espectador en una situación cuanto menos confusa, ante la aparición de unos créditos (con la voz de Mariah de fondo por supuesto, para eso es la estrella inconfundible), que anuncian el final de esta compleja historia repleta de valores y emociones, que podríamos identificar con uno de esos libros de autoayuda tan de moda en los tiempos que corren. Su trasfondo, profundo y duro como el que más, “supera todas las adversidades que se te puedan presentar confiando en ti mismo”, es también la base filosófica de esta consecución de planos musicales adornados con unas resplandecientes ráfagas que no solo hacen honor al subtítulo del filme, sino que también son pasmosas cortinillas que sirven de conexión con un intento a ritmo videoclipero muy acorde con el resto de los componentes que forman, por llamarlo de alguna manera, esta increíble creación.

Así consiguen reafirmar, para los que aun no se hubiesen dado cuenta, que nos encontramos ante un filme cuyo único resplandor es que el que dejan sus ensordecedoras ráfagas, que sin duda sorprenden y anonadan a todo aquel que permanece fiel a esta hora y media (ahí es poco) de la que no me queda más que resaltar la confusión en la que, como la que escribe, temo se encuentren todos aquellos que sin dar cabezada entre canción y canción aguantaron como valientes aunque sin vencer ese estado de letargo del que aun no sé si yo he podido salir.