martes, 27 de febrero de 2007

Ruinas romanas


Roma, citta´ aperta, Roberto Rossellini. (1945)

Ésta es una historia de esperanzas, de tener bien aprendido el lema de mirar hacia delante en momentos de desconcierto, mostrando sin remilgos los desastres de esa guerra que sirvió como foco de crítica para toda esa generación de cineastas conocidos como Neorrealistas.

Aun siendo rodada en 1945, Rossellini retrata una Italia, convertida en escombros, que intenta sobrevivir a los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial. Así, saca partido a las cenizas que pueblan la ciudad romana, dando como resultado un magnífico realismo apoyado no solo por una espléndida labor de guión liderada por el propio director (también intervienen otros grandes como Fellini y Amidei), sino también por un elenco de actores, en su mayoría no profesionales, entre los que cabe citar a Anna Magnani, ahora convertida en Pina, cuya interpretación pasa a convertirse en todo un ejemplo de naturalidad ante la cámara y ante una historia que tiene mucho de real.

Roma, ciudad abierta nos cuenta la historia de Manfredi, un Ingeniero Jefe de la Resistencia Alemana que se ve obligado a marcharse tras ser perseguido por la GESTAPO. En su huída llega a instalarse en casa de su amigo Francesco, prometido de Pina, una viuda embarazada y madre de un niño pequeño fruto de su anterior matrimonio. Alrededor de estos personajes, a los que habría que añadir el papel fundamental de Padre Pietro, que aporta al conjunto más ternura si cabe, suceden toda una serie de acontecimientos que ofrecen al espectador un buen legado histórico acerca de una época, más bien de las consecuencias de la misma, evitando caer en un cierto maniqueísmo, tan usual en etapas de crispación y desencanto como la que retrata.

Comienza con este título una trilogía, completada con Paisà y Germania Anno Zero, que busca un fiel retrato de la Europa de posguerra, unas intenciones que hicieron de Rossellini todo un símbolo de aquel movimiento que de alguna forma lidera, sobre todo por haber sabido conjugar la crueldad de unas imágenes con un sentido esperanzador en el futuro con el que un buen espectador se queda cada vez que se enfrenta a este filme, ya que estamos ante una de esas películas en las que logramos redescubrirnos en cada nuevo visionado.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Lo que nunca te dije

Rebecca Dautremer

“Y fue tu recuerdo lo que me mantuvo en la cima, fue recordarte lo que me hizo creer que vivía, y fue la nostalgia al recordar tus besos lo que me hizo comprender que ya no solo te quería, te amaba sin condiciones, sin dudas y sin razones. Fue sin embargo el misterio de poseerte lo que me encontré un buen día, incitándome a querer abrir todas esas puertas que me llevasen hacia ti, una tras otra y sin cese hasta encontrar aquella que, al abrirla, me llevase hacia tus manos, hacia tus ojos, hacia tu sonrisa, aquella que me mostrase tu luz, la cálida e incluso abrasante luz que sedujo cada parte de mi mente.

Cada sentido que despertabas dentro de mí fue perteneciéndote hasta que finalmente te quedases con todo. Sin darte cuenta me dejaste vacía, olvidándote de todo lo que hice por amarte, abandonándome a la vida solo con vagos recuerdos de noches ardientes en las que nos juramos amarnos hasta morir. Ahora sé cuanta mentira poseía aquel juramento, solo porque mi alma ha muerto y aun así te sigue perteneciendo.
Recuerdo el día que te dije que lo que sentía por ti no era querer, sino amar, pero qué decir si esos sentimientos se incrementan, ¿de qué hablamos entonces? Supongo que al llegar ese momento todo va virando hacía el camino de la tortura, del dulce tormento que supone la sensación de dependencia a otro, de la plena pertenencia hacia la persona que hasta hacía poco creías que amabas, aunque ese sentimiento haya quedado en la más absoluta trivialidad. Llegaría a ser injusto que estuviésemos adjudicando dicho concepto a ese otro sentimiento, porque éste va mucho más allá, más allá de lo que al menos yo ahora pueda comprender y abarcar, puede que por ello esté dándole continuas vueltas a algo que ni siquiera sé si podrá tener salida. Lo único que mantengo de todo es la terrorífica sensación de haberme subyugado a tu persona, dándome cuenta que no quería perderte, que en estos momentos no podía aceptar que un día dejases de quererme.

A partir de entonces, cada no que salía de mi boca no era más que un te amo a gritos. Cada mal gesto que te dedicaba no era más que un ámame hasta entregarlo todo. Cada desplante, una llamada de atención, y sin embargo, entendiste tan poco todo lo que trataba de transmitirte”.
Fragmentos de Cartas para un desahogo.

PD: Dedicado a aquellos que me creyeron incapaz de amar, para los que sin más pensaron en mi insensibilidad como una cualidad inherente a mi persona, pero sobre todo a ese 21 de febrero, a ese día que despertó más sentimientos en mí que cualquier otro, justo el día que volvía a verte.

lunes, 19 de febrero de 2007

La indiferencia, la peor manera de huir.

roma
Neorrealismo Italiano.- Reseña.

Para mí es correcto pensar que el cine ha sabido estar a la altura de su época, aunque fuese gracias a grupos reducidos, y que siempre ha sabido adaptarse a los continuos tambaleos propios de la historia que le tocó vivir.

Desde que el cine surgió, sus creadores fueron haciendo de él un medio más para revelar todo lo que los acontecimientos históricos fueron influyendo en cada uno, convirtiéndolo pues en expresión por sí mismo.

Unas veces, fue la falta de libertad y su consiguiente necesidad de hacer públicos aquellos sentimientos que, si bien eran temas comunes en cada persona, se mantenían escondidos en lo que llamamos subconsciente y que al mismo tiempo suponían el pilar fundamental del hombre, un lugar, el subconsciente, que los surrealistas y expresionistas trataron de recrear. Otras, iniciada por estos últimos, aprovecharon los avances acaecidos en el campo cinematográfico para dar rienda suelta a la relación ineludible entre la psicología del ser y su recreación en los sueños, demostrando que también podríamos indagar en nosotros mismos con los ojos abiertos. Sin embargo, todo pareció cambiar. La historia se paró e intentó arrasarlo todo a su paso. Un velo de color negro pareció envolver la poca libertad de expresión que se podía servir en ciertos momentos anteriores a la mitad del siglo XX, anulando cuanto menos a una gran mayoría que habitaba este mundo. La reacción acabó convirtiéndose en hipocresía en vez de enfrentarse a lo real, prefiriendo vivir en un continuo engaño.

Ante todo este nuevo panorama fueron un grupo de jóvenes cineastas italianos los que sintieron la necesidad de plasmar los efectos de una guerra que acabó dejando a Europa sumida en la ruina y a los europeos, anulados. Unas consecuencias que a juzgar por la reacción de la sociedad de la época, parecían no tener lugar. Con ellos, el cine se convirtió en un arma crítica que alarmaba sobre la falta de información en cuanto al estilo de vida que llevaban aquellos que sobrevivieron en las zonas más humildes a cambio del desconsuelo por la poca salida que su futuro les prometía, sintiendo la falta de esperanza con la que creció la generación germinada a raíz de toda esta catástrofe.

A partir de entonces, el grupo que pasó a denominarse como Neorrealismo Italiano, puso la técnica al servicio de un mejor reflejo de esta realidad. Ahora las cámaras se situaban con la firme intención de ofrecer un mayor realismo dentro de la historia que se contara. Se sacó a la calle a todo un equipo que redujo los recursos técnicos a los meramente necesarios, recurriendo a actores no profesionales que ponían la guinda a un movimiento cuyo fundamento, según manifestaría Cesare Zavattini (uno de los fundadores del movimiento y contador de historias), se construyó bajo el ideal de “filmar lo cotidiano yendo detrás de personajes escogidos entre la gente común. La cámara se pone al servicio de lo real y lo capta, convirtiendo los hechos normales del día a día en una historia”. Se consigue de esta forma una técnica propia que, además de tomar al documental como género a seguir, repercutió en toda una serie de corrientes posteriores que tomaron para sí su sentido de la crítica social, su perfecta fusión entre realidad y ficción. En definitiva, aquellas características que directores como Rossellini, De Sica o Visconti supieron adaptar a la pantalla, originando pues la necesidad de directores que en la actualidad (cabe citar a directores como Ken Loach o Stephen Fears entre otros) prosiguen con el legado de este grupo que lo único que intentó fue denunciar los crudos momentos de esta historia al tiempo que mantuvieron presentes las masacres, al contrario de otras muchas que sin más quedaron en el olvido. Sin apenas ser concientes, crearon con su cine una memoria histórica que nunca viene mal recordar para no olvidar lo pasado.

viernes, 16 de febrero de 2007

Relojes blandos, la obsesión de un artista.


Persistencia de la memoria, Salvador Dalí (1931)

Y si me dicen que estoy loca, deberé de alguna forma agradecerlo, por aquellos que sabemos que en los locos está la felicidad. Locos porque no atendemos al tiempo, locos porque jugamos a inventar otros mundos, locos porque logramos evadirnos por las compuertas de la imaginación, con la simple intención de demostrar que hay vida más allá de esta “realidad”, la de los sueños. Para ello hacemos de nuestros ojos una ventana por la que nuestra mente puede respirar e imaginar que puede existir un lugar donde se duerme en nubes y se comen moscas, donde se dan rienda suelta a los verdaderos sentimientos que anidan en nuestra cabeza. Sin darnos cuenta, todo tiene cabida en este nuevo mundo del que nos alejamos por el miedo a sentir infinitas emociones, no siempre es fácil volver de ese otro mundo.

El tiempo, la dependencia del hombre a este concepto abstracto se ha convertido en uno de los temas de mayor preocupación filosófica a lo largo de la historia, y es que ¿Quién podría decir qué es exactamente eso que llamamos tiempo y que adoptamos como guía categórico de nuestros actos?

Todo esto sirve como punto de unión para entender la obra de Salvador Dalí, cuya figura de genio narcisista no trató más que pronunciar la obsesión de un autor que defendía la libertad en la expresión de los sentimientos e impulsos, protegiendo siempre ese arte provocador frente al espectador complaciente de la época que tanto detestaba.

Al contrario de lo que ocurría con artistas hoy valorados, pero poco tomados en cuenta en sus respectivas fechas, la admiración de la obra de Dalí nacía de una personalidad ególatra, que supo transformar en la mejor de las armas frente a los que solo vieron en él a un loco excéntrico cuya única finalidad era llamar la atención Esta finalidad fue la que llevó a Dalí a dotar a su obra de un carácter cercano a lo bufonesco como también llevaron a cabo otros “satanistas” como Sade o Baudelaire, que encontraron en lo ridículo una forma más de crítica social. No solo lo ridículo tenía cabida en la obra daliniana, sino que el uso de elementos antiestéticos fueron convirtiéndose en rasgo habitual a lo largo de una obra que, para bien o para mal, nunca pasó inadvertida. Y es que desde su juventud, ya demostraba su necesidad de destacar el arte a lo puramente estético, a través de unas composiciones surgidas de las propias obsesiones del autor.

El tiempo como una cárcel a la que el hombre está destinado, compone el eje central no solo de esta gran obra, que influiría en otras posteriores como Galatea de las esferas (obra sublime donde las haya), sino que acaba convirtiéndose en un carácter recurrente en Dalí. Es esta visión del tiempo, la que también podemos asociar a la figura omnipotente de Gala, la única mujer a la que dedicó su vida, de cuya relación surgirán otros de los rasgos definitorios de su obra.

Con una técnica brillante hasta el punto de llegar a rozar la pedantería, brindó gran parte de su interés a realzar lo desagradable, lo obsceno e incluso satánico en ocasiones, que lograban influir directamente en un público no muy habituado a contemplar metáforas plagadas de ideas sádicas, sexuales y masoquistas que denotaban la personalidad neurótica y compulsiva que predominaba en su vida. Y es que la obra de Dalí, está empedrada de símbolos que influían directamente a los instintos primarios del hombre, como medio para airear todos aquellos pensamientos que revelaban esa cierta represión que el artista se auto-imponía en presencia de esa musa que le inspiró gran parte de su obra, a pesar de que muchos críticos viesen en ella un freno en el carácter abierto del propio Salvador.

Sea como fuere, Persistencia de la memoria, es un claro ejemplo de las preocupaciones fundamentales de un Dalí que supo hacer de su amor, su vida, de su vida, su obsesión y con ello, toda una carrera dedicada al Arte como medio de expresión de lo prohibido, de lo moralmente incorrecto, de lo que en definitiva tan solo se atrevió a vivir en sus sueños.

miércoles, 14 de febrero de 2007

14 de febrero, el día de los amodorrados

rosa


Tenemos la cualidad de banalizar y comercializar con todas aquellas cosas que son las única que hacen que vivir tenga sentido en sí mismo, aunque a veces cueste verlo de esa manera. Hoy es un día de esos en los que me asombro de todo lo que sucede a mí alrededor, sobre todo al comprobar ¡cómo han materializado lo que por naturaleza es inmaterial! Me cuesta creer que hasta querer, o mejor dicho, demostrar que se quiere, sea cuantificable, y lo que es peor, pasa a ser demostrable tan solo por un día.

Esta mañana gran parte de la población se ha despertado con un mensaje en su móvil con las palabras “te quiero” como si de bolsas de patatas se tratase, como si solo se amase en fechas señaladas, aflorando en ellos lo que definen como amor. Desde luego, para mí esto no lo es. Atrás han quedado las intensas relaciones pasionales, trágicas en mayor o menor medida, pero que nos hacían palpitar de emoción, contando diversas historias con los que muchos soñamos de vez en cuando con los ojos de par en par. Y es que me cuesta tanto creer que hayan cambiado poemas de Lorca por mensajes de rimas estúpidas a través de Internet, que hayan dado de lado a óperas como La Traviatta por insípidas canciones pachangueras que bien podrían estar dedicadas a una mesa, e incluso que hayan convertido a Titanic en un ejemplo dentro del género romántico. Lo digo asombrada, pero también decepcionada y desencantada, ya que con todo este concepto, caduco y simple que no sirve más que para huir de lo verdadero, ¡abandonamos tanto! Me niego a renunciar a aquellos, a los que por otra parte intento elogiar en estos últimos escritos, que me enseñaron a denominar ese inesperado sentimiento, y repito inesperado porque es donde yo encuentro la esencia, donde para mí reside lo maravilloso, lo magnífico, lo irresistible de eso que al menos yo, entiendo por amor. Un concepto que queda totalmente desfigurado ante la previsión, la rutina, y el letargo que supone el día oficial del amor.

Para poner fin a esta parrafada que no sé si llega a transmitir muy bien mi preocupación frente a todo lo que los últimos años ha encerrado al 14 de febrero, una frase con la que el genial André Breton ponía punto y final a una de sus obras, El aire del agua, una frase que sí resume la idea que he tratado de exponer en todas estas líneas: “He encontrado el secreto/De amarte/ siempre por primera vez”. Ahora, juzguen ustedes mismos.

martes, 13 de febrero de 2007

Robar o ser robado

El ladrón de bicicletas (1948). Vittorio De Sica.

1948, la ciudad de Roma se prepara para dar los primeros pasos hacia su reconstrucción tras los demoledores procesos llevados a cabo a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad que intenta progresar, que intenta salir al paso de todo aquello que la sumió en una profunda miseria y nimiedad, al tiempo que encuentra en sí misma a su mayor enemiga. Toda una reconstrucción que contrasta con un cierto auge individualista de la sociedad de la época, sentimiento fielmente reflejado en el más emblemático de los títulos del director italiano.

De Sica nos presenta una ciudad derruida no solo física, sino moralmente, al parecer darse por vencida en su mejora limitándose simplemente a sobrevivir. Precisamente sobrevivir es lo que lleva a Antonio Ricci, un padre de familia, a buscar trabajo desesperadamente, puesto que finalmente consigue como cartelero municipal. A raíz de todo esto, el autor que se inició en el campo de la dirección con Rosas escarlatas (1940), plantea una situación que en un principio puede parecer la salida a la situación de adversidad que amenaza a esta modesta familia italiana. Sin embargo, y como solo saben recrear los grandes, el arranque se ve transformado, por un revés en la historia, en una obsesión por recuperar lo perdido, por el ansia de reafirmar lo que se cree justo, a medida como de nuevo vemos cómo acaba convirtiéndose en un dilema moral sobre las acciones destructivas que acaban por dominar al hombre en su propia conducta producto de una situación de desesperanza.

Ésta es una película que trata la desilusión, la hipocresía, la falsa indiferencia frente al desastre que envuelve a la sociedad del momento, al tiempo que permite la extrapolación a la situación que envuelve a la ciudad, que pasa así a convertirse en un personaje más dentro del film. De Sica sigue así con la estética y el tratamiento que ya había iniciado con El limpiabotas, otro de los filmes que junto a Umberto D, consolidaron al director dentro del neorrealismo, al contar al mismo tiempo con la figura de Cesare Zavattini en un diálogo convincente capaz de resumir el dilema moral que se plantea en esta adaptación del libro homónimo de Luigi Bartoloni.

Y es que ambos han sabido adecuar la técnica y el tratamiento no solo a la historia, sino al tratamiento que de ella llevan a cabo sus autores, envolviéndola suavemente de continuas metáforas sobre la decadencia no solo del ser humano, sino de toda una generación que creció impotente frente a la apatía generalizada en un mundo que parecía estar acabado.

viernes, 9 de febrero de 2007

Pablo Picasso, un genio precoz, II.

autorretrato_picasso

Si fue el propio artista el que resumía su estancia en A Coruña como una fase repleta de captación y adopción de nuevas técnicas de expresión artísticas, su traslado a la ciudad catalana le supone en un principio un momento de estancamiento y de poca producción, llegando a considerar inútil su paso por la escuela de Bellas Artes, donde según las palabras del mismo no llegaría a aprender nada nuevo. Sin embargo, y dejando que fuese el tiempo el que colocase al pintor en su lugar, fue este periodo en Barcelona, ciudad a la que se traslada en 1895, un tiempo de trabajo gratificante y de producción ingeniosa que dirigiría al malagueño hacia ese cierto modernismo español que se gestaba por aquellos años. Y es que dos años después de su traslado a la ciudad, Picasso comienza sus estudios en la Academia Real de San Fernando, donde corroborará esa tendencia simbolista inspirada en la cada vez más influyente corriente abstracta a la que seguirá unido el resto de su vida.

Nada haría presagiar los acontecimientos ocurridos en la primavera de 1898 en la que Picasso, esta vez por motivos de salud, se ve obligado de nuevo a trasladarse, ahora a Hortas de San Joan, un pueblo de Barcelona en el que aprenderá junto a su inseparable Manuel Pallarés a evadirse de todo aquel sufrimiento producido por la gran ciudad. Asimismo, comienza un cierto interés compulsivo por retratos y dibujos al trazado que pondría en práctica a su vuelta a Barcelona, donde comenzará a relacionarse con otros artistas y literatos de su mismo tiempo.

Entonces comenzarán las horas muertas en Les Quatre Gats, al más puro estilo Le Chat Noir de París, debatiendo sobre las corrientes filosóficas contemporáneas y la inevitable repercusión de éstas en sus respectivos artes. De las constantes lecturas sobre Nietzsche o Schopenhauer, Picasso traslada a su obra la preocupación por la decadencia humana que, unido al original simbolismo producto de la sensibilidad artística del pintor de mirada profunda, elevará su arte no solo a lo puramente bello, sino otras cuestiones como el sentimiento, la intensidad o la profundidad en el trasfondo de su obra, matices que engrandecen al por entonces jovencísimo Picasso entre sus coetáneos. A pesar de todas las colaboraciones que por esas fechas realiza en revistas culturales, España se queda pequeña en influencias para el gran pintor, que pone sus miras en París, ciudad a la que se traslada en 1900, y donde disfrutará de una nueva vida bohemia a caballo entre sus grandes ciudades Málaga, Barcelona y París, en las que, sin ser consciente, se está convirtiendo en todo un modelo por sí mismo.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Lamentos en gregoriano

Charpentier






Leçons de Ténèbres. Marc-Antoine Charpentier.

Para los que encuentran en parte de las composiciones de Monteverdi todo un símbolo de la desolación como respuesta a la constante búsqueda del porqué a la soledad del hombre, no deben dejar pasar la obra de Marc-Antoine Charpentier, el más notable de los compositores franceses encuadrados dentro período barroco y sus Leçons de Ténèbres. Éstas, traducidas al español como Lecturas de Tinieblas y compuestas por más de 30 series de las que no conservamos una sola completa, fueron compuestas entre 1670 y 1692 basadas en los Lamentos de Jeremías, que relatan la llegada del profeta a Jerusalén donde contempla los desastres producidos en la tierra prometida.

Fueron los conventos, a los que Charpentier dedicó gran parte de sus composiciones, los que impulsaron el llamado Oficio de Tinieblas, que no eran más que cantos celebrados durante Semana Santa y que eran recitados en los momentos de mayor importancia dentro de las liturgias. Si fueron los conventos los que los impulsaron, fue el compositor de origen francés su más célebre representante dentro del panorama barroco francés, que desembocará en un estilo presente en gran parte de la obra de un músico rodeado por un aura de misterio y misticismo, al tiempo que supo recrearse en una vida enigmática llena de vacíos informativos al carecer de fuentes que conserven parte de la trayectoria de este compositor.

De entre todas, fueron las compuestas a finales de 1692, las dedicadas al miércoles, jueves y viernes Santo, las que cobran una mayor relevancia, al presentar la evolución técnica presente en el último Charpentier. Y es que si bien supo mantener a lo largo de toda su carrera un cierto respeto y fidelidad hacia el tono gregoriano, son éstas últimas las que dejan a entrever la inclinación hacia los motetes, composiciones asimismo muy habituales dentro del marco en el que se desarrolla nuestro autor. Con estas nuevas técnicas, Charpentier introduce a la perfección lo austero de las lamentaciones que le dieron origen, sobre todo a través de una poderosa teatralidad que sumerge al oyente en un mundo austero y desconsolado, al cual aporta ciertos rayos de luz con la intermediación de los bálsamos de las melismas, con las cuales deja vislumbrar cierta esperanza en un futuro que se presenta lenitivo.

Poco a poco y a través de cada nota capaz de conmover cada uno de los sentidos de aquellos que se prestan al deleite que produce su música, Charpentier disimula datos de una vida de la que tan solo poseemos la información contenida en su obra escrita en Latín, Epitaphium Carpetarii, todo un complejo texto acerca de la contemplación de su propia vida ya convertido en sombra al volver al mundo tras su muerte. Son éstos unos datos que se sienten a lo largo de los casi 70 minutos de delicias que se nos prometen a través de esta oscura obra del mismo que finalizaba su epitafio con una insigne despedida que descarta cualquier duda acerca de la profundad del compositor que lejos de ser reconocido fue criticado hasta la saciedad, acabando así con una vida a favor de la lucha por el reconocimiento de sus composiciones musicales:

“Soy aquél que, nacido hace poco, fui conocido en el mundo; aquí estoy, muerto y desnudo en el sepulcro, donde no soy nadie: polvo, ceniza y pasto de gusanos. He vivido bastante, pero demasiado poco en comparación con la eternidad [...]. Fui músico; los buenos me tuvieron por bueno; y los ignorantes, por ignorante. Y como el número de quienes me despreciaron fue mucho mayor que el de quienes me elogiaron, la música fue para mí de escaso honor y una gran carga; y así como al nacer no aporté nada al mundo, al morir no me he llevado nada de él”.

Marc Antoine Charpentier. Epitaphium Carpetarii.

lunes, 5 de febrero de 2007

Espontaneidad encantadora.

Ossessione (1943). L. Visconti

ossessione

Un cine marcado por los devastadores pasos de una guerra que sumió al mundo en una de las etapas más oscurecidas de la historia contemporánea, que usaba la continua falta de información como medio de control sobre el ser humano. Todo ello, unido a la inestabilidad generada por un sentimiento de destrucción y decadencia, se convierte en el punto de partida de una de las corrientes cinematográficas más carismáticas de la historia del séptimo arte, el Neorrealismo Italiano, cuyos principios fueron fundados en un interés por resaltar la falta de moral en una sociedad que parecía no querer ver la cruda realidad.

Y es en plena guerra mundial, sin temer las represión ejercida por una austera censura y con pocos recursos, otro rasgo característico de esta corriente originada en Italia en la década de los cuarenta, donde Visconti, uno de los fundadores del movimiento, decide rodar su Opera prima, Ossessione, tomada como precedente de la serie de películas que formarán el Neorrealismo. Con este título, Visconti, nacido sin embargo dentro del ambiente aristocrático que asimismo solía criticar, toma su primer contacto en la dirección cinematográfica, trasladando a las orillas del río Po la obra de M.Cain El Cartero siempre llama dos veces, trasladada al cine en 1937 por Pierre Chenal, adaptador de otras grandes obras de la literatura como Crimen y Castigo.

Un amor a escondidas producto de un adulterio, la muerte y el sentimiento de culpa, son los ingredientes de Ossessione que establece en la pantalla la historia de unos amantes que pactan asesinar en un accidente de coche al marido de ésta como única salida para dar rienda suelta su relación. Es este asesinato, el que da pie a un deterioro del amor entre ambos que acaban por tomar sus respectivos caminos, concluyendo con un final trágico que presenta la crudeza en una historia que puede no resultar de todas convincente por una no muy buena interpretación de sus actores protagonistas, Clara Calami y Massimo Girotti, pero que consigue encandilar al público por esa espontaneidad consciente que le confiere esa naturalidad que acaba por convertirla en una de esas películas que no se olvidan fácilmente.

Se abre con ella la veda de un cine a medio camino entre el relato y lo documental como medio idóneo para llevar a la pantalla los desastres de un periodo que sigue llenando de contenido, no siempre con la misma fuerza y acidez, los filmes de nuestros días, demostrando la influencia de unos cineastas que no se interesaron en mostrar lo que hubiese más allá “del vaso”.

viernes, 2 de febrero de 2007

Pablo Picasso, un genio precoz. I.

El pequeño Pablo Picasso

Fue el nombre de Pablo Ruiz Picasso el que a lo largo de 2006 con motivo del 125 aniversario de su nacimiento, estuvo llenando salas de exposiciones y teatros, más una serie de especiales que se le fueron dedicando al más prolífico de los creadores (y quizás sea ésta la palabra que mejor le defina) del siglo pasado, demostrando con ello la inmortalidad de su arte.

Una vida volcada a la creación artística como medio de expresión en todas sus manifestaciones, de pinturas a películas, pasando por el teatro, la fotografía o el dibujo, una obra cargada de simbología y continuas experimentaciones sobre lo ya inventado, unas tentativas con las que lograba reinventar el propio arte. Y es que desde pequeño, ya se le vislumbraba un futuro artístico prometedor al ser capaz de hacer propias, técnicas que sin duda contribuyeron a ser un reflejo en el que postrar su singular mirada ante lo irreal. Dotado de una gran imaginación, impulsividad y creatividad innatas, el joven Pablo comenzaba su andadura artística de la mano de su padre durante su estancia en A Coruña, que con apenas 10 años, inicia una etapa de absorción y aprendizaje de técnicas academicistas, conocimientos que fueron erigiendo ese pilar fundamental común en toda su obra, evidenciando la fascinación de un joven pintor que elogiaba la representación subjetiva de la realidad a través del uso de técnicas como el claroscuro, dirigiendo su obra hacia lo que posteriormente se denominaría como “etapa azul”.


picasso adolescente

Madurez en el trazo, dramatismo en el contraste entre la realidad y lo representado, más un peculiar ensalzamiento del sujeto, se convierten en los rasgos del primer Picasso que ya con 14 años sorprende al mundo con su obra Muchacha descalza, tomado por muchos como su primera gran obra.

Es entonces cuando el pintor malagueño comienza una nueva etapa en su vida al trasladar su residencia a Barcelona, no sin antes hacer parada en Madrid para visitar el Prado y las grandes obras de aquellos otros genios que tanto le influyeron como Velázquez o Goya, unos cambios que vieron la respectiva evolución en su obra, una galería que no tardaría en encandilar al resto del mundo, que no pudo más que rendirse a los pies de áquel que supo hacer de lo estético, algo bello, y de todo esto un nuevo arte.