martes, 17 de julio de 2007

Op-Art



Si el Constructivismo, corriente artística surgida en Rusia en los años 20, se caracterizaba por su abstracción geométrica empleando para ello elementos geométricos no figurativos, la técnica del Op-art, toma este mismo principio como punto de partida en sus creaciones, consiguiendo así nacer bajo unos sólidos pilares entre los que se encuentran las más innovadoras corrientes artísticas del siglo XX, como La escuela de la Bauhaus o el mismo Suprematismo.

Sin embargo, y a diferencia del origen de estas corrientes (Alemania y Rusia), el término que la define surge en 1964 en Estados Unidos, al aparecer denominado como Op-art por la revista Times en un artículo dedicado a esa nueva corriente de artistas que intentaban basar su arte en el doble juego de las ilusiones ópticas. Y es que solo a través del uso de imágenes estáticas, lo que por otra parte los diferencia del arte cinético, provocaban toda una serie de efectos (vibración, difuminación, etc.) que venían a completarse al ser observado detenidamente por el ojo humano.

Como recursos, las composiciones se basaban en la contraposición de líneas simples, ya fueran rectas o sinuosas, fuertes contrastes cromáticos o las infinitas combinaciones repletas de repeticiones de formas y figuras, un todo que desemboca en la creación de imágenes tremendamente complejas cuyo mayor principio perseguía la ausencia de los aspectos emocionales del propio autor.

Sin embargo, nos encontramos ante una de las corrientes más complejas en sus formulaciones, y es que fueron sus representantes, entre los que destaca Vasarely o la propia Bridget Riley, unos grandes impulsores de aunar los mundos en un principio contradictorios de las ciencias y las letras, formulado toda una filosofía propia sobre la fisiología y la percepción, que marcaron la carga intelectual de los que contribuyeron a su desarrollo.

Sin embargo, esta ausencia de emoción por parte del artista a favor de una mayor inclinación hacia la incursión de la ciencia en el arte, ¿es del todo cierta? ¿Tan solo se tratan de obras que incitan al observador a tomar un papel activo al obligarlos a desplazarse para captar el efecto óptico con plenitud? Entonces, ¿incluso la elección de colores y formas, así como la composición entre ellos, se trata de una elección puramente azarosa, o por el contrario estamos ante la inconsciencia de la emoción por parte de un artista que sin saberlo se define asimismo?

En todo caso, este ejercicio de confusión ocular en el nuevo papel del espectador, merece la pena, aunque solo sea por aquella inevitable reflexión en torno a lo que vemos o simplemente creemos ver que prosigue a la contemplación de estos cuadros, transportándome a ese famoso dicho, “si no lo veo, no lo creo”.