jueves, 10 de abril de 2008

Cuando el final hace despertar



Irina Palm
, Sam Garbarski. 2006.

He podido darme cuenta de que cada capítulo, cada historia o cada retazo de lo que escribo tienen algo en común, no tienen final. Supongo que el valor que yo misma suelo otorgarle a la finitud natural de las cosas, es el culpable de que siempre aparezca el miedo a estropear una historia cuyo contenido pueda verse degradado por la opinión del que los lee. Quizás por ello, los deje a todos por la mitad.

Con el tiempo aprendí que un final es tan importante como para marcar el buen o mal sabor de boca que deja un libro, un relato, una canción o un filme, del que como sobre el que hoy escribo, hubiese valido la pena salir al menos 10 minutos antes de los créditos. Y que más vale ir sorprendiendo poco a poco, aunque el comienzo no sea todo lo grande como los que supieron marcar algunos como Hitchcok o Antonioni, que realizar un largometraje cuyo final pueda cambiar la opinión de casi hora y media rodadas con gran sensibilidad.

Centrándonos pues en el título que me ha llevado a reflexionar sobre el final en mis historias, puedo decir que Irina Palm, es uno de esos filmes cuyo contenido, historia, enternecedora en algunos momentos, porqué no decirlo, que intenta mostrar hasta dónde el ser humano es capaz de llegar por aquello que realmente importa, puede estar marcada por un final previsible y nada acorde con el resto de una agridulce comedia que sabe hacer reír ante una situación que, analizada objetivamente, no tiene mucho de gracioso.

En este largometraje, presentado en la Berlinale de 2007, Garbarski (Le tango des Rashevski, La Dinde), cuenta las idas y venidas de una abuela luchadora que sorprende a todos con un oficio no muy bien reputado, con la sola y única intención de pagar el caro tratamiento de su nieto que pasa por una gravísima enfermedad. Para ello, cuenta con un elenco de actores que aportan una mayor cohesión al conjunto, unido a una fotografía muy afín con ese cierto estilo inglés proveniente de la rama documental, cuya iluminación, planos y puesta en escena, te hacer tomar al filme como digno heredero de esa nueva corriente cinematográfica nacida del Free Cinema.

¿Estamos asimismo ante un cine de denuncia? Tal vez: presentación de unos personajes superados por una situación límite (el dinero, la enfermedad del niño, un caro tratamiento,…), sacar a la superficie la hipocresía existente entre esa clase media a la que muchos como Buñuel atacaron por su doble cara, y una simpática superación del límite en el que se encuadra a los personajes, son los rasgos más característicos que asimilan la obra del director alemán a los realizadores que bebieron del nuevo cine inglés de los sesenta.

Son estos mismos motivos, los que enganchan al espectador al convertirlos en singulares cómplices de un “secreto” indecible, al tiempo que lo convierte en el único encubridor de Maggie., interpretada por Marianne Faithfull.

Sin embargo, y para no dejar con una agria sensación y con la finalidad de agradar a los que acuden a las salas, la historia amorosa de la protagonista llega a convertirse en la picadura de un relato que difícilmente sabría equilibrar con exactitud. Y es que un final romántico, demasiado esperanzador (por no decir convenido) por parte del personaje central, han acabado por desilusionar a la que escribe, al mismo tiempo intenta valorar todo aquello que durante su desarrollo supo captar su atención.

Buenos personajes, una buena historia, unido a la comedida y acertada fotografía de Christophe Beaucarne, son los elementos a destacar antes de descifrar un final que parece haber sido resuelto a regañadientes con pocos metros de película, un final que sabe a poco.

Pero los finales nunca han sido lo mío, así, y sin la exigencia de una obsesionada por encontrar grandes finales, una última recomendación, acudan a las salas y disfruten de las risas que si sabe levantar.