jueves, 25 de enero de 2007

Lo bello no se destruye, solo se transforma

"Los hombres se parecen a esos relojes de cuerda que andan sin saber porqué. Cada vez que se engendra un hombre y se le hace venir al mundo, se le da cuerda a un nuevo reloj de la vida humana, para que se repita una vez más su rancio sonsonete gastado de caja de música, frase por frase, tiempo por tiempo, con variaciones casi imperceptibles".
A. Schopenhauer.
Tan particular forma de definir el sentido de la vida no podía salir más que de la mente del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, cuya perspectiva a la hora de enfrentarse al mundo apuntaba las bases de una nueva filosofía nacida de la Alemania Occidental. Sin embargo, y en un arrebato por transformar la cruda realidad en algo más que un mero proceso mecánico, ¿qué hace que la vida no esté tan dominada por lo meramente apático producto de la repetición y la rutina? No cabe duda que oriento mi respuesta hacia el camino del arte. Un arte entendido como Creador de valores (lo bello, lo sublime) y como símbolo de la relación inherente que existe entre la evolución del ser con su mundo, con su historia.

Más de XXV siglos con largas batallas libradas a sus espaldas, sirven como carta de presentación de lo que sigue siendo el único sentimiento capaz de contener un equilibrio perfecto entre intuición, expresión y sentimiento, originando un largo proceso circular que logra renacer con la contemplación del propio objeto artístico, manifestando la relación perfecta del mundo, el creador y la Naturaleza como fuente inagotable de aquellos elementos que sirvieron de origen a "lo bello".

Sin darnos cuenta, adoptamos la belleza como rasgo definitorio del propio arte. Y es que, si bien apuntábamos al símil entre la historia del arte con la historia del mundo, también podríamos extrapolar dicha analogía a la historia de la belleza, llegando a convertirse este último concepto en materia de interés y discusión por sí mismo.

Fueron los griegos los que, aportándole los caracteres de magnitud, orden y armonía a la belleza, fueron formulando el planteamiento artístico como tal, evidenciando ya desde Aristóteles que belleza y arte se convertirían en términos inseparables a lo largo de sus respectivas vidas. Juntos, harán frente a constantes cambios y críticas que trataban de imponerle conocimientos que no eran de su competencia, emitiendo continuos juicios que ni siquiera vislumbraban dar cabida a la propia subjetividad.

Es entonces cuando comenzamos a ver recreaciones exquisitas de un ser humano medido milimétricamente con el fin de hacer de él, el canon de la perfección. Nos encontramos en la época de los mitos, de la adoración por recrear la belleza del cuerpo humano (El hombre de Vitrubio, La Venus, etc.), sobre todo el femenino tratado desde los tiempos de Homero. Hablamos del Renacimiento, cuna de la consolidación del modelo clásico como lo esencialmente bello del arte, donde la belleza se traducía en proporciones, equilibrios y composiciones armónicas.

Sin embargo, será su guerra constante frente a los incesantes juicios emitidos por la ciencia, a la que Nietzsche llegaría a definir como una nueva religión, los que desvalorizarán el valor subjetivo del arte. De nuevo, una batalla ganada a través de la defensa a ultranza del carácter subjetivo que por naturaleza el ser humano posee, unida a la afirmación constante de que el único propósito del arte es hacer simplemente que algo sea.

Sin aceptar como verdad cualquier aspecto de la realidad no cuantificable, dejaban atrás uno de los rasgos más característicos de la propia naturaleza humana, la imaginación y la visión que con ella hacían de la propia realidad. Con esto, el arte defendía su propia forma de expresión, aportando no solo conocimientos de lo real, sino el reclamo de plasmar la realidad a través de la experiencia directa con ella, dando cabida a un mundo infinito donde lo singular podía ser asimilado a lo universal, donde lo bello comenzaba a formar parte de la visión personal de cada individuo, en definitiva, entraba en la era de lo estético.

Una gran mayoría, no supo cómo aceptar a ese nuevo arte que era capaz de abrir sus puertas al campo de la interpretación, de la experimentación. Fue Hegel el que, en un intento por conservar los principios clásicos, se atrevió a proclamar "la muerte del arte" desde el cuestionamiento del valor real de lo estético frente a lo bello, descartando la posibilidad de que ambos términos pudiesen convivir en armonía dentro del mismo campo artístico. Ha sido esta la premisa a la que se aferraron los puristas del arte hasta el siglo XX, señalando a las nuevas vanguardias como las asesinas del propio arte. ¿Será correcto pues cuestionar si el arte contemporáneo ha cambiado radicalmente lo bello por lo estético?Sea como fuere, ese nuevo arte, que encontró como principal defensor al propio Kant, que proclamaba una mayor libertad y validez a lo que consideraba como valores relativos (como lo bello o lo estético), hacía su entrada años más tarde en La Modernidad con una gran fuerza.

Por lo tanto, el arte no había muerto, tan solo supo adecuarse a su tiempo, a las necesidades de una sociedad que no recalaba en la realidad del mundo que habitaba. Un arte que intentaba reflexionar sobre su misma época, demostrando una vez más el paralelismo con la evolución social del ser humano.

Conmoción, contemplación y reflexión en el público que admire la propia obra de arte, son los términos que definen al arte actual, evidenciando que en el arte, lo bello no se destruye, tan solo se transforma.




3 comentarios:

Mercedes Jiménez dijo...

Me ha gustado la idea de su ensayo, aunque aún no he tenido ocasión de lerlo en su totalidad.Sigue así

joseluispe dijo...

Me gusta un blog en el que no hay sitio para la banalidad y sí para la sensibilidad y la curiosidad

cani dijo...

Ole, ole y ole. Gracias a Dios aun queda alguien en el mundo que confiere más importancia a cuestiones básicas del ser humano y no sólo al deporte(omnipresente en nuestros días) con gran sensibilidad y grandes dotes de narración para expresarlo.
Espero impaciente tu próximo trabajo.