domingo, 15 de abril de 2007

Giorgio De Chirico: un artista metafísico


La admiración por parte del propio Apollinaire consolida el punto de partida de un Giorgio De Chirico poco conocido, pero que ya desde su comienzo comienza a ser convertido en el centro de las miradas de todos los artistas de su tiempo.

Con un intento por innovar en el campo pictórico, más ese afán por superar el sumun expuesto por los impresionistas, De Chirico aprende a crear un arte basado en la metafísica y en todas aquellas influencias recibidas de Nietzsche o el propio Schopenhauer, de los que adoptaría esa tonalidad grisácea (también presente en toda la obra kafkiana) y oscura que por tantos motivos definen al mismo que quiso despejar casi toda su obra de la presencia humana en sí, recreando para ello espacios abiertos vacíos en los que el silencio reina entre objetos que cobran vida propia convergiendo en unas obras cuyo misterio y soledad perturbadora, logran una asociación perfecta entre artista y público.

Pronto pasa a definirse asimismo como un pintor metafísico, añadiendo en su obra un tinte profundo del que para algunos carecía el arte en ese momento, transmitiendo a través de su técnica sentimientos de melancolía, soledad y tristeza dulcemente ejemplificados y que son agradecidos por un espectador que se sumerge en una realidad onírica, repleta de sentimientos contrarios como la sorpresa y la desilusión o el color y la nostalgia que imponen una fuerza que imposibilita la no interpretación con lo que se admira.

Con De Chirico, junto a un joven Carrá, parece producirse la evolución necesaria de la corriente futurista a la metafísica, produciendo así una vuelta al primer renacimiento italiano, tornando a la recreación de perspectivas calculadas y a la delimitación de figuras y objetos.

Sin embargo, el tiempo pasa y la obra de De Chirico es cada vez más compleja y confusa, transmitiendo con ello una cierta inseguridad psicológica que rondaba la vida de este pintor con dotes ensayísticas, y es que supo ampliar su obra a la creación de toda una serie de ensayos filosóficos que sirven como carta de presentación a toda una vida marcada por el arte y la filosofía, demostrando que solo así podría llegar a convertirse en un “buen artista”.

Citas de Giorgio De Chirico:

“fueron los primeros en enseñar el profundo significado que tiene lo absurdo de la vida”.- Sobre Nietzsche y Schopenhauer. Nosotros los metafísicos.

“píctor clasisicus sum”. Retorno a la tradición. Giorgio De Chirico.

martes, 10 de abril de 2007

Edith Piaf, ¿Une vie en rose?



Apenas faltan unas horas para que tenga lugar el estreno en España del filme presentado en Berlín sobre la vida de una de las más grandes voces de la canción francesa, Edith Piaf.

Puede ser éste, la vida de Edith Giovanna Gassion, un claro ejemplo de aquellos ídolos de vida tormentosa en el que una carrera repleta de éxitos suele corresponderse con una existencia marcada por la tragedia y los continuos coqueteos con las drogas. Una vez más nos encontramos con la otra cara del héroe, con sus vidas al abandonar cada escenario, con la metáfora de esos artistas que tras sus canciones no encontraban más que a personas sentimentalmente inestables.

Su claridad en la voz y su poderosa interpretación hicieron de la que comenzó cantando en cabaret de dudosa reputación, todo un icono de la música francesa desde París hasta Nueva York, encandilando al mismo tiempo a gran parte de Europa y América hasta su muerte con tan solo 47 años, creándose una especie de aureola mítica en torno a su figura. El público la vio ascender a lo más alto en cada actuación, pudo contemplarla en la gran pantalla, la vio reírle y cantarle a la vida, así como contemplar como su estrella se desvanecía consecuencia directa de su adicción a la morfina, una droga que llegó a convertir en su única energía vital al final de su carrera, en unos conciertos donde su evidente deterioro físico, más una mayor intensidad en sus interpretaciones, los hicieron inolvidables.

Sin embargo, y cuando aun actuaba en burdeles de la mano de su manager y compositor Raymond Asso, fue la propia Piaf la que utilizaba sus actuaciones como medio de liberación para presos de la II Guerra Mundial, unos años en los que su figura evoluciona hasta reinar dentro del Music-Hall. Tras la guerra, una joven Edith Giovanna, ya convertida en Edith Piaf, comienza sus pasos en la composición de sus propias canciones, entre las que destaca la archiconocida La vie en rose (1946), que le sirve como pasaporte directo a los grandes cabarets de Nueva York, ciudad que visita constantemente hasta su vuelta definitiva a París pocos tiempo antes de su muerte en 1963.

A pesar de todos los años transcurridos desde entonces, Edith Piaf sigue siendo considerada la voz francesa femenina más significativa, traspasando fronteras y generaciones que siguen sabiendo disfrutar al prodigioso son de la “La niña gorrión”.