miércoles, 20 de junio de 2012

Tu risa, mi bote salvavidas...



El sentimiento más bonito que creí en mi vida fue el de verte al nacer. Sentí cosas que nunca había sentido al verte allí, tan sumamente frágil, con un jersey amarillo que la mayor de tus tías tejió a mano para ti. ¡Me diste vida! ¡Cuál extraño era aquel sentimiento en mí! Tan pequeño, tan frágil, tan alejado de toda realidad y aportando tal cantidad de vida con cada aliento que salía de tu pequeño cuerpo.

Sin darme cuenta, desde ese justo momento, te convertiste en un motor esencial de mis días, de mi vida, de mi alma.

Nuestro primer encuentro... ¡qué recuerdos! Momentos en los que aún temía cogerte entre mis garras, aquellas que solo tú convertiste en suaves manos a las que agarrarte en tus primeros pasos. ¡Qué sensación tan maravillosa la de aquel día al oír tu corazón latir! Una sensación, vivida como la primera, otras cinco veces más a lo largo de estos casi trece años. Una nueva llegada, este mismo sentimiento.

Empecé este relato diciendo que creí que verte al nacer sería la mejor de las sensaciones, y en ese momento lo creía, porque a día de hoy nunca nada podrá ser comparado a ser tu cómplice y verte crecer. Porque te has convertido en una gran parte de mi vida, porque nunca me imaginé que el tiempo me pudiese dar tanto, porque me faltan las palabras cuando escucho tu risa, la misma que con su recuerdo, me rescata de un hondo océano en el que sin saber nadar, sin ti, me cuesta tanto salir...

Dedicado a aquellos 6 corazones que la vida me ha regalado.


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