jueves, 15 de marzo de 2007

23741

23741


La recuerdo bajo aquella lluvia torrencial, de ésas que hace tiempo no caen por mi pueblo, con tres paraguas bajo el brazo y corriendo desesperadamente para llegar cuanto antes le fuese posible a la gran cancela del colegio, donde nos esperaría para volver a casa bajo su protección y seguridad, podríamos estar mojándonos en la calle, podríamos resfriarnos y estoy segura de que eso no se lo perdonaba nunca, aunque de vez en cuando viniesen bien esas mini-vacaciones producidas por algún que otro resfriado. No importaba faltar al colegio, librarse de los libros durante unos días nunca ha sido una meta para mí, tan solo importaba sentir el calor con el que te abrazaba en esos momentos en los que tu debilidad física se reducía frente a un incremento en cuanto a la seguridad personal y el cariño se refiere, hacía que no pudiésemos pedirle más a la vida. Yo al menos, parecía tenerlo todo. Era durante estos momentos, cuando tenía la oportunidad de mirarla directamente a los ojos, cuando era consciente de toda la bondad que mi madre lleva dentro, algo que por supuesto nunca puse en duda, nunca he tenido motivos.

Pasaron los años y ella siempre tenía preparados sus paraguas, uno para cada dos de nosotros, nos enseñó a tener que compartirlo todo, incluso los paraguas, con los que salía a toda prisa mientras mi padre nos esperaría sentado en una de las sillas de la cocina viendo como caía la lluvia por entre los cristales de aquella ventana que no dejaba mucho lugar a la luz del sol, sobre todo en aquellos días de nubes negras que poblaban el cielo. Era ella la que siempre estuvo ahí preparada para cualquier imprevisto. Tan solo llegaba la hora de la estampida con la que abandonábamos el colegio, salía a la calle, miraba al cielo con la intención de averiguar sus intenciones, y si hacía falta, se colocaba sus botas altas, su cacheta de piel de ante negra que estilizaba aún más la figura que por entonces todavía conservaba y allí que se dirigía, siguiendo tan solo ese instinto maternal tan desarrollado que desde siempre la ha caracterizado a pesar de todos los hijos que tiene. A todos nos trató con la misma ternura, un afecto que solo podría salir de aquellos brazos en los que aun me sigo sintiendo tan segura. Me gusta abrazarla mientras siento cada uno de los sentimientos que tiene hacía mí. Siempre supe captar las almas a través de los abrazos, de los que me querían y de los que no, de los que me apreciaban y para los que mi persona pasaba indiferente, de los que realmente me amaron o tan solo creían que lo hacían, de todas aquellas personas a las que decidí entregarme de alguna u otra manera, para que simplemente me sintieran cerca supongo.

Han pasado casi quince años desde aquella imagen que llegaría a marcar incluso mi vida, y ahora vuelvo a contemplarla, sentada en una vieja silla de la cocina, candando algún que otro romancero que mi abuela le enseñaría de pequeña, tratando de dormir al más pequeño de sus nietos con la misma ternura que había resultado ser un sedante para cada uno de mis hermanos. La miro y no me canso, me quedaría horas así, parando el tiempo con una de sus sonrisas con las que apremia a todo aquel que se le acerca, sin ser consciente de todo cuanto nos supone esa leve sonrisa.

A pesar de todos estos años sigo teniendo el mismo temor al mirarla a los ojos, un estúpido pánico a abrirle mi alma aunque tan solo fuese para hacerle entender que si mi vida tiene sentido es porque sé que la tengo ahí, que necesito darle las gracias por todo lo bueno que ha sabido enseñarme en estos 23 años y explicarle que un solo gesto de complicidad con ella hace que quiera desaparecer, porque así nadie podría arrebatarme esos mismos instantes con los que fui conformando mi gran tesoro. Al cabo de un buen rato observando cada movimiento que realiza, me siento con el valor suficiente como para enfrentarme a esos miedos. Me repito "éste es el momento" y sin embargo, una vez más, bajo la mirada y el silencio logra ocultar esas palabras que tanto ansío decirle, solo dos, te quiero.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

uf! me ha dado un vuelquito el corazón... muchas gracias por dejar que compartamos esos sentimientos tan bellos y sobretodo, conociéndote, tan verdaderos.

María

Anónimo dijo...

Vamos, vamos. Estás hecha una artistaza. No veas como escribe la niña. He sigo yo, que apenas te conozco y me he emocionado, no quiero yo pensar cuando tu madre lea esto, la pobre mujer como se va a poner.
Y ya por último, ¿el título tiene algún significado?¿o es que va sin título y te ponen un número para codificarlo?

Anónimo dijo...

No sé si tendrá algo que ver que llevo unos días un poco tontorrona, pensativa, melancólica, quizá un poco triste y reflexiva, no sé. Tal vez es que llevo mucho tiempo esperando leer, compartir contigo ese vículo tan especial que sé que te une a tu madre... La verdad es que me he emocionado mucho (un mucho así de grande), se me han saltado las lágrimas y tengo un nudo en la garganta, pero ahora me siento mucho mejor. Gracias por emocionarme, y también por hacerme reir al hablar (o escribir) contigo. Muchas gracias. Y sigue así, sabes que me gusta leerte. Muchos besos, y ánimo. Adelante

Anónimo dijo...

Ro! eres una artista, de verdad!
Me encanta cómo escribes, eso ya te lo he dicho muchas veces, y estoy muy orgulloso de lo que haces y me encanta que desde hace unos mesecitos ya compartas con el resto del mundo las maravillas que salen de tu cabecita que no para de dar vueltecitas, jeje! ;P
Aunque no te postee mucho (de hecho este es el primer post, pero seguro que no será el último) que sepas que te sigo y te leo a menudo, de verdad de la wena, jejeje! Un besazo!!!*JM*