lunes, 12 de marzo de 2007

El documental, sobre lo manipulable y otras subjetividades



Ya esbozaba Gide a lo largo de su extensa literatura reflexiva, “Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado”. Las constantes reflexiones sobre la verdad y su representación, han constituido un fuerte pilar del pensamiento filosófico del ser humano, no hallando una respuesta que defina con cierta exactitud a qué nos enfrentamos con dicho término, denotando a raíz de toda la historia del pensamiento la constante evolución y subjetividad que el propio término posee de manera innata.
Quizás haya sido la falta de concreción a la hora de definir qué es realmente “la realidad”, lo que ha llevado al documental a seguir un camino lleno de tambaleos e interrupciones, que fueron haciendo de él un género inconcreto y de fácil cuestionamiento. Y es que, si en un principio, surge como una característica propia del cinematógrafo y la creación de “películas sobre lo real”, la técnica documental ha sufrido toda una larga lista de contraindicaciones que fueron repercutiendo en el concepto que incluso hoy se tiene del mismo.

El intento por negar la subjetividad desde su nacimiento, y su posterior ocultamiento de ciertas técnicas que denotasen la falta de objetividad de un género que, simplemente por ser obra se convierte en rasgo de subjetividad del que la crea, se ha visto perjudicado por la manipulación con el simple hecho de otorgarle unas características que nada tenían que ver con el cine. Todo signo de autoría quedaba rechazado, imponiendo el poder de unas imágenes que eran defendidas como reflejo de lo cotidiano, olvidando que ambos términos podían fundirse en uno, que cotidianeidad (término a mi entender más acertado que el de verdad o realidad) y la subjetividad del creador podían ir de la mano.

Con ello, se da origen a todo un debate sobre lo real en la pantalla y lo que se adopta como tal, al mismo tiempo que comenzaban los primeros pasos hacia la búsqueda de una forma que sin rechazar la noción de autoría, reafirmara el concepto artístico del medio, logrando conjugar la cotidianeidad de unas imágenes tiernamente expuestas ante una cámara que ya se aceptaba como prolongación del ojo humano. Figuras clave como Vertov o Flaherty, hicieron que el género documental lograse alcanzar unas dotes de grandiosidad y hacerse con un espacio propio y particular dentro del cine, creando obras sublimes que ya no ocultaban su carácter subjetivo, tan solo lo reafirmaban.

Sin embargo, pronto llegarán los continuos intentos por dominar al hombre, sumiéndolo en un ser que debía acatar que la realidad era tan solo aquello que podían ver, introduciendo, aprovechando al mimo tiempo el poder persuasivo de la palabra aunada a unas imágenes que sin más no decían nada, un modelo de manipulación que atacaba directamente a la capacidad de reflexión del hombre.

Por ello, comenzaba a ser absurdo tener que renunciar a la autoría como señal de objetividad y su consiguiente denotación hacia lo puramente imparcial, una cualidad, que comenzaron a poner en tela de juicio desde el propio género, que a través de una crítica sobre este mismo proceso, cuestionaba la fiabilidad de aquellas fuentes empleadas en el documental tradicional (nos referimos a entrevistas, acceso a prensa y a fotografías), las mismas que le fueron otorgando esa confianza supuestamente incuestionable.

Sin embargo hoy, y con un sentido más amplio de la trayectoria vivida en lo documental, parece que nos cuesta dar de lado a la desconfianza con la que nos enfrentamos a las imágenes “sobre lo real”. No obstante, y adecuando la problemática a la situación actual, donde todo pasa por un proceso de digitalización previa, el documental vive un momento en el que la imagen se reconstruye, se valora la forma desde el punto de vista del retoque en cuanto a la imagen se refiere, olvidando con ello el único principio insoslayable e indiscutible que aunó las diferentes teorías documentales, el de captar imágenes que al menos constituyeran un ejemplo de lo cotidiano, de nuevo esa prolongación del ojo humano que proponía Vertov, uno de los padres del género, parece caer en saco roto por todos aquellos que priman la espectacularidad que soportan los nuevos software frente a la gran simpleza de lo cotidiano.

Así, puede que el documental no viva un momento de rechazo autorial como en sus comienzos, pero si de manipulación ya no solo de lo que oímos, sino de lo que vemos, con la única finalidad de deslumbrar en vez de mostrar, de impresionar en vez de sensibilizar. Y es que como decía Huxley, en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, “una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”.

1 comentario:

mluis dijo...

obviando las faltas de redacción y ortografía me parece genial la presentación de este post. El documental, al igual que todo hecho informativo, es susceptible de ser manipulado, pero somos los espectadores/lectore/críticos los que decidiremos qué es real y qué estamos dispuestos a creernos, y hasta qué punto estamos dispuestos a dejarnos engañar conscientemente y entrar en el juego...

PD: perdona las faltas de redacción de este comment. Por cierto, cómo está tu niño...???