Primera y última mirada al abrir y cerrar mis días. Porque aun siento que necesito mirarte a los ojos para demostrarme que todo fue real, que todo lo que me aportaste fue cierto.
Cuesta entregar la memoria a los buenos momentos en el mismo instante en el que la consciencia te dicta que todo ha pasado, y que, por aquel concepto estúpido del fin, jamás volverán a repetirse.
Suerte que he tenido de poder contemplarte a cada segundo, de analizar cómo dormías, cómo jugabas e incluso cuando necesitabas algo de mí, normalmente amor incondicional.
Contar nuestra historia no tendría sentido sin la oportunidad de mirar mis manos, aquellas en las que buscabas refugio, entre las que sabías enlazarte para buscar ese sitio que aun en estos días te esperan y te esperarán.
Una vez me dijeron que cuando te quedabas sin palabras para expresarte, es que habrías llegado al culmen del sentimiento, donde nada puede explicarse, y donde nada tiene más razón que la de la hondura de un corazón que con tu marcha has vaciado. Ya no siento nada, me repite cada día.
– Necesito volver al refugio que encontraba en aquellos enormes ojos verdes con pupilas dilatadas, al sentimiento cálido de sentir tu cuerpo perfectamente adaptado al mío.
Y en esos momentos mi cabeza no sabe qué contestar, sabe de la dificultad que para el corazón supone tu lejanía, no tiene más que decir, porque simplemente puede decirle, – algún día, solo quizás, vuelvas a sentirla junto a ti–
Ven a verme en sueños. Mientras yo, seguiré guardando tu sitio para que puedas refugiar tu alma allí siempre que lo desees.
A mi peque, a la oscuridad más alegre que he conocido nunca.
1 comentario:
Brava!
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