Son muchas las situaciones en las que comienzo a pensar en cuáles son los valores reales de una sociedad dominada por gritos y discusiones de temas banales en cualquier medio de comunicación. Vivimos en una sociedad donde a todos nos ha de importar lo ajeno, donde todos los niños tienen que ser bailarines o cantantes y replantearse lo que es el amor con apenas 12 años. Una sociedad que está totalmente viciada de imágenes violentas que ficcionan episodios reales cargados de crueldad.
Y mientras yo, veo ese juego desde fuera, como si no pudiese participar en esa falsa que se ha convertido la vida, en parte por repudiar todo ese juego cruel en el que ni siquiera me atrevo a entrar por miedo a acabar enganchada…porque como todos sabemos, la mente tiende a perderse por entre las vulgaridades del día a día por la complicación de enfrentarse realmente a uno mismo. El mayor miedo al que muchos nos enfrentamos por lo que podamos hallar, por lo que podamos descubrir dentro de nosotros mismos. Pensamientos imperdonables que día sí día no, nos persiguen de manera indiscriminada.
En un intento de escapar de todo ello, intentas cuidar tu persona tal y como te sientes sin esperar que nadie pueda meterse en lo que piensas, simplemente porque el problema está en la falta de un pacto dentro de uno mismo. Sin embargo, la reacción es la contraria, llegando a encontrar un exceso de positividad obligada que todos tenemos el deber de obtener. Esa sobrevaloración actual a una actitud positiva, que no es más que una manera de negar lo que ocurre realmente.
No juzguen los que lean este artículo que defiendo la negatividad o el desastre, todo lo contrario. Valoro la vida tal y como es vivida, con su variedad de momentos en los que no sea una actitud reprochable el reflexionar sobre lo que cada uno lleva dentro de sí. La tristeza, la disconformidad, son sentimientos tan válidos como el disfrutar de una mañana de verano junto a la persona más importante de tu vida. Por ello, ¿por qué tanto miedo a reconocer que los tienes?
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